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PREGÓN DE LA FERIA 2010 POR JOSÉ VERDUGO FRANZÓN

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PREGÓN DE LA FERIA 2010 POR JOSÉ VERDUGO FRANZÓN


Antonio, allá por los años setenta, tenía una huerta con las mejores brevas de La Isla y una serie de tiestos oxidados repletos de rosales que presagiaban una pequeña aldea familiar de tablas y chapas viejas. Una escueta ganadería con tres o cuatro cerdos y algunas gallinas inquietas invadían el ambiente con una melodía de estiércol y chumberas. Todavía puedo verlo arrodillado ante las flores, limpiando los geranios con su vestido de arrugas, masticando con sus manos la tierra de las cebollas.

Por aquel entonces, La Isla aún se debatía entre la sal y la tierra. Todavía quedaban en pie los restos de una cotidianeidad labrada a golpe de zoleta y depresión y comenzaba a darle definitivamente la espalda a unas formas de vida legendarias, a caballo entre la miseria y la resignación.

Con la venia de los aquí presentes, quisiera dedicar este pregón a Don Antonio Franzón Yor, mi abuelo, agricultor en la orilla de la mar, mi principio, ejemplo de una vida dura pero feliz, ingrata pero alegre, que acaba de cumplir su primer siglo de vida, y a todas las personas que, como él se dejaron la piel en esto de vivir. Los mayores, aquellos y aquellas que nos precedieron, los que ya no están con nosotros y los que aún pasean su experiencia por las calles de nuestro pueblo constituyen sin duda el más preciado tesoro que poseemos. Un recuerdo muy especial para José Márquez, nuestro Pepe Caporro, que esta mañana salió a regar otros huertos más allá de las estrellas.


Ilustrísimo Sr. Alcalde, estimada Corporación Municipal, vecinos y vecinas de Benalauría, señoras y señores. Sepan ustedes que éste que hoy ocupa esta tribuna, de nombre Pepe Verdugo y rebautizado en este lugar con el nombre de Benjumea por obra y gracia del Nene y del Chiquitín ha sido elegido para dar el pregón de las Fiestas en honor a Santo Domingo de Guzmán de este año de 2010. Deben saber también que el que ahora os habla es hijo de la levantera, nacido al sur, frente a la mar de Cádiz (tres mil años la contemplan), y que llegó una mañana fresquita de abril hace ahora diez años. No deben esperar en mis palabras una justificación existencial de mi estancia en este paraíso. Lo que voy a exponer desde esta tribuna es el recorrido vital y sentimental de este último cuarto de mi vida. Mis reflexiones y apreciaciones no son ya las de un recién llegado sino las de un agradecido vecino adaptado sin mayores complicaciones a la vida de vuestro pueblo.

Quisiera agradecer al Ayuntamiento de Benalauría la confianza depositada en mí para ejercer de pregonero, y muy especialmente a Eugenio, antes amigo que alcalde que, con la constancia que le caracteriza, me metió en este embrollo y que, os lo aseguro, pagará con creces.

Como acabo de decir, hace ahora diez años que, buscando una bahía tranquila recalé en Benalauría. Para cualquier forastero el pueblo se presenta como una isla por descubrir, un libro que comenzar a leer, un enigma que ha de ser resuelto. Si no eres capaz de encontrar la llave, si no llegas a entender el lenguaje del pueblo puede que tus días estén contados. Diez años después sólo puedo decir gracias. Gracias Benalauría por acogerme como a uno de tus hijos, por darme la posibilidad de integrarme en tu paisaje humano, por hacerme partícipe de tu devenir histórico, por compartir conmigo tus alegrías y esperanzas, tus ilusiones y tus tristezas. Tu día a día es ahora mi propia vida. Lo que en un primer momento era sólo un bonito lugar para vivir, se ha convertido en un sitio imprescindible en mi vida. La culpa, sin duda, es vuestra, de la gente. Gente amable y dispuesta, emprendedora y feliz. Una gran familia más o menos bien avenida que sabe vivir con las diferencias en un entorno inigualable. Como decía el gran Federico Luppi “quién encuentra su lugar en el mundo, ya no se va nunca”, yo ya he tenido la suerte de encontrar el mío.

El primer recuerdo que tengo del pueblo es el de una figura de negro, encorvada, empuñando la escoba y arremetiendo con poderío contra el polvo encastrado en el suelo del Llano de la Fuente. Rafaela, más allá de su ancianidad y su vitalidad era el ejemplo de la necesaria convivencia entre un pueblo que perece y otro que renace. Casi diez años después todavía me despierta el ajetreo furioso de la escoba de palma de Anita la del Comino, que incorpora diariamente a su casa la parte de escalera y calle que le toca limpiar, y escucho diariamente el Sanedrín de la Plaza donde Isidoro, Curro, Ramonato o Miguel el de Matilde, bajo la sombra inventada de la palmera, escudriñan la realidad de un pueblo que pasa diariamente bajo el chorrillo de la Fuente.

Un pueblo laborioso y aplicado que se levanta demasiado temprano. (¿O será que me vine a vivir al centro de la actividad diaria?) Imagínense. Por un lado, las conversaciones mañanera de los clientes más asiduos de la consulta del doctor. Por otro, ese coche que acelera en la cuesta de la cárcel, o el que no sabe acelerar y deja los restos del embrague en el ambiente. O la gente del PER recogiendo las cosas de la cárcel para irse a las calles. O nuestro amado altavoz. Atención y mucha atención, “el pescado está en La Plaza” “Collado está La Plaza” “Hay un barato de bragas y calzoncillos en La Plaza”, “hay una furgoneta con fruta y hortalizas en La Plaza”. ¡Vamos a tener que ampliar La Plaza, pisha!. O el banco, otro centro de actividad mañanera que (“que voy a desayunar, en quince minutos vuelvo” “que no hay línea y hoy no se puede hacer nada”). O los dumpers o dupes. El de Dani el Chico, el de la basura, el de Saúl, o el del Bravo, a veces acompañado de la voz melodiosa del “Maquea” que suena casi tanto como el propio motor (-La Isla, Pepe, La Isla-)…o las campanas del reloj de la Iglesia que, como decía mi querido David Morgan, siempre suenan dos veces…

Este ruidoso escenario de vida cotidiana constituye quizás, uno de los valores de nuestro pueblo. Entiéndanme. No es que el ruido sea un atractivo turístico de primer orden. Es simplemente el ejemplo de una comunidad activa, viva, con recursos. Las mañanas de Benalauría son un hervidero de actividad y huelen a pan y vida. Ningún pueblo como el nuestro ha sabido sacar mejor partido a los recursos humanos que lo habita. No hay más que echar un vistazo al censo de empresas y asociaciones que trabajan en nuestro término, o a la ingente cantidad de actividades culturales que se realizan para asegurar que cierto gen emprendedor habita en el aire de Benalauría, o en el agua de su fuente. Empresas y vida cultural activa hace de Benalauría un referente en el buen uso de su potencial humano. Pero no nos engañemos, de un tiempo a esta parte vivimos cierto letargo emprendedor que necesita de cura más o menos urgente. La mayoría de la gente joven de nuestro pueblo tiene claro dónde quiere vivir. Pero para que un pueblo crezca, no sólo en número de habitantes sino en la calidad de los mismos debe cumplir algunas premisas importantes. Formación, capacidad de iniciativa y emprendimiento, apadrinamiento del ente público y ciertas dosis de astucia e ingenio, tan necesario en estos tiempos de apretaduras. Pero no se me estresen. El camino recorrido ya en Benalauría no hay que volver a recorrerlo. Lo andado, andado está. Sólo hay que seguir el ejemplo cercano de vecinos y vecinas de nuestro pueblo que han creado su propio proyecto de vida aquí.

Por otra parte, para este humilde pregonero, de alguna forma Benalauría empieza por M. No es que le vaya yo a cambiar el nombre, no. Se lo explico ahora mismo. Al primero que conocí fue a Mariano, mi socio adoptivo y pareja profesional de hecho, y a través de él me vine a La Molienda a aprender la alquimia de las castañas y las mermeladas y me topé, ahí es nada, el Nene, y con sus socios y socia, Isidoro, Belén, Viñas y Orellana. Todos ellos y ella tuvieron la osadía de intentar cambiar la historia y lo consiguieron. La Molienda es un antes y un después en mi propia vida y en el devenir histórico de este pueblo y de todo el Valle del Genal. Fue una bocanada de aire fresco tomado desde los tiempos de la Casa Las Tablas, una ventana de ilusión, unas ganas de creer que era posible vivir con dignidad en el mundo rural, un mundo olvidado, sacrificado en el altar del supuesto desarrollo colectivo. La gran aportación de la Cooperativa La Molienda es la reactivación de esa ilusión colectiva por tener un pueblo vivo desde el punto de vista laboral, social, cultural y político. Los Artesanos, los Hermanos Calvente, Las Niñas de las Flores, Mariano y Pepe el del Mesón son, en parte, la herencia viva de las ideas de La Molienda (es posible vivir en nuestro pueblo utilizando nuestros propios recursos y generando nuestros propios empleos). El posterior crecimiento de la riqueza en el pueblo, la mejora en las condiciones de vida y ese “baby boom” que hemos sufrido en estos últimos años es, tan sólo, un maravilloso daño colateral. Tenemos trabajo en nuestro pueblo, vivimos relativamente bien, tenemos nuestra propia casa y nuestros hijos e hijas nacerán y crecerán con nosotros…la escuela no se cierra.

Crisis aparte, este ilusionante escenario que hoy tenemos en nuestro pueblo no pudieron disfrutarlo personas de otras generaciones que, acuciados por la falta de trabajo en la zona y azuzados por la promesa de una vida mejor, se vieron obligados a dejar sus casas y “trasponer” a Alemania, a Barcelona, a Bilbao o a la cercana Costa del Sol, que iniciaba por aquellos años su desmedido desarrollo. Ahora que la tendencia ha cambiado, creo que existe una cierta deuda pendiente con aquellas personas que tuvieron que emigrar y que mantuvieron el contacto con el pueblo enseñándoles a sus hijos e hijas el amor a estas tierras.

Quisiera ir enfilando el final de mi pregón con una reflexión sobre el futuro. En la novela “Cien Años de Soledad”, Amaranta Úrsula le dice al patriarca Aureliano Buendía que nadie es de ningún sitio hasta que no tiene a alguien enterrado en él. Permítanme que discrepe de tan mítico personaje. La primavera de 2009 quedará marcada para siempre en mi vida y en la de mi compañera Ana. El nacimiento de nuestra hija supone comenzar a tejer el hilo que me une definitivamente a esta tierra. Ella, vital, alegre y divertida personifica, junto con los demás niños y niñas que corretean alocadamente por la Plaza, el futuro de nuestro pueblo. Un futuro inexorable pero optimista. Ilusionante. Un futuro prometedor, para el que debemos prepararnos como si de la última batalla se tratara. Un futuro que hay que labrar desde el presente, regándolo con el chorrillo de esa Fuente que lleva alimentando a generaciones y generaciones de personas que crecieron amando su tierra. Un futuro que, en definitiva, ya no es nuestro, sino de ellos y de ellas.

Ana, Aitana, Marco, Luna, Ainhoa, Manuel, Abel, Inés, Marta, Sergio, Álvaro, Anaís, Alejandro, Naiara, David, Cintia, Antoñito, Alba, Yerai, Arnau, Inma, María, Julia, Lucía, Nuria y todos los niños y niñas que se incorporan constantemente a la vida del pueblo, al igual que nuestro querido Rey Moro Al-Xamais también aprenderán los sonidos de estas sierras, “el levante en los chaparros y el agua en las acequias” de un Genal bello y amable, y crecerán bajo el canto de los pájaros y los relinchos de las yeguas, en medio de una naturaleza extremadamente hermosa que aprenderán a querer y a defender como auténticos jabatos y jabatas.

Por último, sin darnos cuenta ya estamos en Feria, explosión de felicidad compartida, círculo abierto a la risa, a la alegría y a la amistad. Vivámosla como si de la última feria se tratara. Pasemos estos días felices con el convencimiento de que, más allá de crisis y penalidades, la gente sale para adelante y festejan siempre la vida. Pasarán estos días de Feria con el colofón único del Domingo de Moros y Cristianos, la fiesta, la fiesta con mayúsculas de Benalauría, de su pueblo, de un pueblo que mima su historia y sus raíces, una fiesta que nació en el pueblo y en el pueblo quedará hasta que el pueblo quiera. Por favor, no lo duden, sean felices, inmensamente felices.


Viva Santo Domingo. Viva Benalauría.



José Verdugo Franzón
Benalauría
4 de agosto de 2010